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¡Elí, Elí! ¿lamma sabacthani?

Crónica del Descendimiento del Calvario 2022

Redacción: José Miguel Galán Sánchez-Cortés

Fotografías: Luis Gallardo Ruíz

El día comenzó pronto. Lo hizo casi tan gris como cualquier Martes Santo, pero ayer, como ya ocurriese el año pasado, nadie miraba al cielo. Todo el protagonismo se lo llevaban los barrios, sus parroquias, sus hermandades y cofradías.

“La mejor esencia se guarda en tarro pequeño”.

Qué gran verdad es ésa, y en esta madrugada de Viernes Santo de 2022 se cumple una vez más con la Estación de Penitencia que la Hermandad del Calvario realiza, cumpliendo con una tradición de más de 400 años en la ciudad de Mérida.

Procesión pequeña, sin alboroto ni parafernalia, desnuda de cualquier impostura: auténticamente emeritense. Así es como el Stmo. Cristo del Calvario se presenta cada madrugada del Viernes Santo en Mérida. 

Se respira devoción, sentimiento; se siente el silencio, se oyen los latidos de cada nazareno y cada costalero que se abandona por unas horas a la oración y la meditación. Vivimos en un mundo en el que el dolor provocado por la ambición del hombre, que se cree dios, se nos muestra con toda crudeza y ahora más cerca que nunca, pero somos cristianos y por encima del dolor sabemos que siempre queda la esperanza, una esperanza en el reflejo del rostro de Dios en los hombres.

El rostro inerte de Jesús en la cruz nos muestra una pasmosa serenidad que nos lleva a vislumbrar en él, acaso levemente, la inocencia del Bendito Niño que no hace tanto adorábamos en una cuadra entre animales. Y es entonces cuando se viene a la mente la oración que un día más tarde repetiremos de nuevo: “Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo”. 

Suena la campana de la Ermita y los nazarenos se disponen a comenzar su estación de penitencia. Tras realizar el voto de silencio, comienzan su caminar para alumbrar las calles oscuras y vacías de la ciudad. La palabra deja paso durante unas horas al sonido constante de la campana, que anuncia a la ciudad y al mundo, que el Hijo de Dios ha sido crucificado. 

Cierra el cortejo el paso de Cristo, con caminar lento, racheado y firme; y tras él su barrio, fiel como cada año a su cita, con el pensamiento puesto en aquéllos que se fueron al regazo del Padre sin poder despedirse de su Cristo, tras dos años de ausencia.

En cada parada, los presentes alzan su mirada para fijarse en cada detalle de una imagen que cada cual siente de forma íntima y emocionante. La campana suena y la procesión continúa, a veces entre viandantes y turistas, a veces en soledad con el Stmo. Cristo del Calvario, antes de ser descendido a su Sepulcro Santo.

Solo, así se muestra la imagen de Jesús en el madero, y resuenan aun sus últimas palabras: «¡Elí, Elí! ¿lamma sabacthani?» (¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?), y es entonces cuando deberíamos preguntarnos todos: ¿por qué le hemos abandonado? ¿por qué nos apartamos del mandamiento que nos dio? “Amaos unos a otros como yo os he amado. […] En esto conocerán todos que sois mis discípulos”, y es que si no nos amamos los unos a los otros ¿acaso podemos llamarnos discípulos de Jesús? 

Nos disponemos a desclavar al cuerpo del Señor, y cada clavo parece atravesarnos el corazón cuando atraviesa cada una de sus manos y sus pies; la corona que riega de sangre su rostro es la corona con la que reinan aquéllos poderosos cuya ambición vive del miedo de los humildes. Ya no se oye nada, nada en absoluto, incluso la campana ha enmudecido ante tan dramática escena, solo el leve viento entre los árboles acompaña.

Cuatro hermanos cofrades sostienen ahora el cuerpo para depositarlo en la urna en la que descansará hasta la hora en que, esta vez sí, toda la ciudad con sus calles repletas de gente, acoja el Santo Entierro del Señor. 

Todos los asistentes observan la escena en respetuoso silencio, todos parecen entender su muerte como el acto de amor que es del mismo Dios, su Padre; todos saben que el dolor de la muerte es profundo, pero que Jesús no nos abandona, Él a nosotros no, solo hemos de esperar tres días para que María Magdalena nos diga “He visto al Señor!”.

Galería de Imágenes: Luis Gallardo Ruíz.

Videos: Luis Gallardo Ruíz.

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