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Eulalia prefirió quedarse en su Basílica en un año anodino que pasará a los anales de la Historia de Mérida

Y Eulalia, la bien hablada, habló tan alto que se escuchó en toda la ciudad. En un año complicado como éste, los emeritenses se quedaron sin acompañar a Santa Eulalia en sus procesiones de diciembre en la que, arropada por su pueblo, se enseñorea por las calles desde su Basílica a la Concatedral y viceversa.

En un año anodino, extraño y raro, los planes se truncaron, como tantos otros… La Asociación de la Virgen y Mártir Santa Eulalia lo tenía todo medido, perfectamente calculado para que todos los fieles que lo deseasen, pudieran estar junto a la Mártir.

Así las cosas, el 9 de diciembre Santa Eulalia bajó como cada año de su altar para cobijarse en su flamante templete, obra de orfebrería de 1699 recientemente restaurado por los Hermanos Delgado López.

Pero no subió a su paso como cada 9 de diciembee sino que, durante más de 12 horas, recibió las plegarias, promesas, oraciones y lágrimas, muchas lágrimas de los paisanos que, a lo largo del día, la visitaban en su basílica.

No hubo música, ni vítores, cientos de corazones, en silencio, escuchaban sus martirios en una Basílica silenciosa que se iba llenando de flores. Cada martirio era un golpe al corazón de la conciencia, de la reflexión que nos marca el coraje de esta joven que, con tan solo 13 años, dio muestra de compromiso y de fe para convertirse en la Santa más importante de las hispanias extendiendo, desde Mérida, el amor a Cristo sin contemplaciones, sin pedir nada a cambio.

El silencio marcó una noche desapacible en la que no tronaron los cohetes en su honor y en la que sus fieles portadores, esos corazones que la pasean por nuestras calles, se convirtieron en los últimos en acompañarla en la noche previa a su festividad.

Mérida, a pesar de todo, esperaba con impaciencia el Día de la Mártir pues, a pesar de la pandemia, iba a producirse un hecho histórico con la celebración de la Misa en su honor que, por primera vez, iba a celebrarse en el Anfiteatro.

Pero no se puede luchar contra los elementos y, en esta ocasión, la Asociación de la Mártir se enfrentó a un nuevo revés: la lluvia, esa lluvia que nunca aparece el 10 de diciembre y que este año se autoinvitó a la celebración.

Rápidamente la Asociación demostró nuevamente su capacidad organizativa y, en cuestión de pocas horas, organizó una batería de misas en la Basílica para que todos pudieran festejar a Santa Eulalia.
Las restricciones de aforo marcaban una jornada en la que había que ofrecer todas las posibilidades a quienes quisieran estar con Ella.

Como si del Trecenario se tratara, se organizaron cuatro misas para la jornada y en la de las 12, la Mártir recibió en su Basílica a las autoridades civiles y militares, a la sociedad emeritense que siempre la acompaña en este día y, en ambiente solemne, el Arzobispo Don Celso Morga nos recordó la importancia del testimonio de la joven emeritense.

El coro de la Basílica impuso la solemnidad en una celebración en la que los ojos se dirigían a Eulalia que, ataviada de Rojo y blanco, sus colores martiriales, estaba escoltada por artilleros con uniforme de época.

Eulalia, la bien hablada, sabrá por qué este año se juntaron dos elementos que harían imposible su salida a Mérida: el Covid y la lluvia. Eulalía, la bien hablada, gritó alto desde su basílica sabedora de que los emeritenses acudirían a su llamada y por eso los esperó hasta que, anoche, subió a su camarín donde nos espera cada día del año.
Eulalia habló para que nunca, nunca, dejemos de escucharla.

Fotografías de Francisco Rosco y Manolo Molina:

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