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Todo pasa por algo

Crónica del Vía Crucis 2024

Redacción: José Miguel Galán Sánchez-Cortés.

Fotografías: Manuel Molina Bolaños, Marco A. Sánchez Nova y Ángel M. Espinosa Cuéllar.

Suenan las campanas de media noche y, a falta de 30 minutos para el comienzo del acto, cientos de personas entran en la heredera de la Antigua Catedral Visigoda de Santa Jerusalén y llenan cada rincón del Templo.

El tiempo lluvioso e inestable que ha echado por tierra gran parte de las estaciones de penitencia de esta Semana Santa de 2024 había llevado, hacía ya más de 24 horas, a la Junta de Cofradías de Mérida a tomar una importante decisión con el fin de garantizar la seguridad de todos los participantes en la estación de penitencia y el Vía Crucis del Anfiteatro Romano: el Stmo. Cristo de la O y su cortejo procesional no saldrían a la calle y el Vía Crucis se celebraría en la Concatedral de Santa María.

El Anfiteatro Romano es un escenario ideal para el desarrollo del Vía Crucis y así, año tras año, miles de asistentes lo demuestran. Allí se crea un clima intenso, sobrio, y cada oración y cada canto resuenan entre las piedras y a la vez en cada corazón de los creyentes que lo rezan. 

Este año, sin embargo, todos temen que el desarrollo del rezo de las catorce estaciones en el interior del Templo Metropolitano, no llegue con la misma intensidad a emocionar a los presentes o, incluso, que paisanos y visitantes no acudan siquiera a la llamada anual de la familia cofrade de Mérida para acompañar a su Santo Cristo Titular.

Suenan las campanas de media noche y, a falta de 30 minutos para el comienzo del acto, cientos de personas entran en la heredera de la Antigua Catedral Visigoda de Santa Jerusalén y llenan cada rincón del Templo. Algo en el ambiente comienza a vivirse que lleva a todos los presentes a guardar un respetuoso silencio y a la vez es capaz de levantar una gran expectación.

Llega el momento y la nave central de la Concatedral queda a oscuras y al momento la imagen del Stmo. Cristo de la O se alza frente a todos los presentes que pueden contemplarlo más cerca que nunca. No hay tambor ni campana, solo la lectura de las Sagradas Escrituras, una reflexión y una oración que da paso, Estación tras Estación, al canto llano de la Capilla Gregoriana que alterna cantos de la Liturgia Romana con la Hispano-Mozárabe.

Cada Estación anima a los asistentes a la reflexión profunda y la contemplación de la imagen de Cristo muerto en la Cruz. Temas actuales del día a día, que cada creyente aplica a su realidad más íntima y le sitúa frente al espejo de sus propias debilidades, de sus propias miserias. Pero, frente a nuestras iniquidades, está la eterna Misericordia de Dios que, por boca de cada lector y cada cantor, manifiesta su amor paternal para recoger cada pensamiento de arrepentimiento silencioso y cada deseo de mudarse a una nueva vida en plenitud junto a la imagen del Hijo Amado que el mismo Dios ha entregado a la muerte de Cruz.

Y, casi sin enterarnos, todos los presentes nos encontramos con el acto concluido, que finaliza con un bellísimo poema que el Sacerdote lanza directamente a la conciencia todos. Es el remate. Cuando nuestros corazones se encuentran abiertos de par en par a la Palabra y el Mensaje de Jesús de Nazaret, esas palabras finales suponen un dardo de realidad y fraternidad que se introduce en cada uno de nosotros.

Y entonces pensamos “este Vía Crucis ha sido especial” y ha sido en el Templo que guarda en sus entrañas las más antiguas esencias cristianas de nuestra sociedad, que ha visto a lo largo de casi 1500 años pasar siglos de Historia de la Iglesia Hispana. 

Y quizá este Viernes Santo se haya tenido que suspender la Estación de Penitencia del Stmo. Cristo de la O y trasladar el Vía Crucis desde el imponente Anfiteatro Romano por algo, porque todo pasa por algo, porque como dice el Papa Francisco debemos saber “buscar y hallar a Dios en todas las cosas”.

Fotografías y Vídeos: Manuel Molina Bolaños, Marco A. Sánchez Nova y Ángel M. Espinosa Cuéllar.

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