Crónica Jueves Santo 2017
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“Tras cada levantá, decenas de corazones laten al unísono debajo de unas andas que encierran tanta belleza como para ser digna de sostener la joya que sostienen. Cada mirada a este verdadero trono del Rey de Reyes, es un regalo a la vista.“ |
DESTRUID ESTE TEMPLO, Y EN TRES DÍAS LO LEVANTARÉ.
De las entrañas de la que fuera en tiempo de los Visigodos Basílica martirial de Santa Eulalia, y hoy consagrada Basílica Menor, surge el Santísimo Cristo de los Remedios, joya barroca que procesiona con total solemnidad y dignidad la Cofradía conocida como “Los Castillos”, la de Ntro. Padre Jesús Nazareno, Stmo. Cristo de los Remedios y Ntra. Sra. del Mayor Dolor.
Tras cada levantá, decenas de corazones laten al unísono debajo de unas andas que encierran tanta belleza como para ser digna de sostener la joya que sostienen. Cada mirada a este verdadero trono del Rey de Reyes, es un regalo a la vista.
Mérida bulle en una tarde esplendida cuya luz muere por momentos y deja paso a una luna casi llena que se niega a perderse esta catequesis en la calle que es esta estación de penitencia.
Su Madre, con el Mayor Dolor que una madre puede llevar en su corazón, contempla el cuerpo ya inerte de su Hijo, aun sabiendo que solo tres días permanecerán cerrados esos ojos que tantas veces la miraron, duele, duele mucho.
En el corazón de la ciudad, delante de la puerta de la Concatedral, sede metropolitana restaurada, heredera de la máxima dignidad que los primeros cristianos hispanos le otorgaron, allí es el momento en que Dios está más cerca que nunca de su propia imagen: el Monumento al Santísimo Sacramento en su interior siente la fuerza de la vibración de una Cofradía que vive el Jueves Santo en la calle, mostrando al mundo que Jesús murió por todos, y a su Madre sufriendo e impotente.
Pero cuando ya enfilan el camino de nuevo hacia la Basílica de la niña Eulalia, tras la entrada del último de los hermanos cofrades, alguien te dice:
– ¡No te vayas lejos! Aquí no acaba esta historia: “Destruid este Templo, y en tres días lo levantaré”
LA PAZ OS DEJO, LA PAZ OS DOY
(Mt. 26) “El que ha metido conmigo la mano en el plato, ese me va a entregar. El Hijo del Hombre se va como está escrito de él, pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre es entregado!, ¡más le valdría a ese hombre no haber nacido!”
En medio de modernos edificios de hormigón, el templo de San Francisco de Sales, sede canónica de la Cofradía del Prendimiento de Jesús y Nuestra Señora de la Paz, resiste, y es fiel testimonio del mensaje del Nazareno entre tanto ajetreo diario de oficinas e idas y venidas de personas con prisa y papeles que solucionar.
Pero hoy es Jueves Santo todo está en silencio y Jesús acaba de celebrar con sus discípulos su última cena en este mundo que ha venido a salvar, pero que le condena. Terminada su oración íntima con su Padre, ha llegado la hora de Judas, éste debe cumplir su misión, según habían predicho los profetas, pero ¡ay de Judas! Pobre infeliz que ha nacido para ser el espejo donde mirarnos todos los pecadores que traicionamos a Jesús con nuestra indiferencia ante el sufrimiento de prójimo, que le azotamos cuando herimos a nuestro hermano, que le crucificamos cuando nos erigimos como implacables jueces para condenar a aquél que obra o piensa diferente a nosotros.
Pero en Mérida, la Cofradía del Prendimiento nos muestra a Jesús entregándose a Judas con dignidad, sabiendo que no es si no un eslavón más dentro del plan que su Padre ha preparado para glorificarle. Grandiosa obra salida de la mano del ilustre Juan de Ávalos que nos acerca de forma espléndida a ese momento de tensión.
Jesús nos dice “mi paz os dejo, la paz os doy” a pesar de nuestra traición, de nuestro beso culpable, Él nos da la paz, SU paz, la paz que tanto necesita el mundo.
Tras la fila de nazarenos que van unidos mediante cordeles, a lo lejos se vislumbra la imagen de su Madre, y es una Madre que trae la paz. Y es esa paz la que nos muestran los ojos de Jesús mientras recibe el beso de su discípulo Judas. De blanco puro e inmaculado recorre las calles de la ciudad María, siempre acompañada por aquéllos que un día compartieron su hogar y sus vidas en un barrio al que esta Virgen dio nombre.
Con un discurrir propio e inconfundible, esta Cofradía alcanza el centro de Mérida por el camino que atraviesa la Rambla de la Mártir Santa Eulalia, tras visitar su Hornito y su Basílica.
Con la noche, los nazarenos y penitentes volverán de nuevo a su templo, y de nuevo María de la Paz contemplará como la traición del hombre a Dios, una vez más, será paso para la Salvación.
FE Y TRADICIÓN
Mérida cuenta con un glorioso pasado ferroviario gracias a su situación estratégica como cruce de caminos que vertebran todo el Oeste de la Península Ibérica. Testimonio fiel e inalterable de ese pasado, la Cofradía Ferroviaria del Descendimiento.
Impresionante paso de Misterio el que pone en la calle esta Cofradía, nadie puede quedar indiferente al contemplar la visión del andar de una cuadrilla de portadores que sostienen en sus hombros una plasticidad como en pocas ocasiones se puede contemplar.
José de Arimatea, junto a Nicodemo sostienen con unos lienzos de tela el cuerpo ya sin vida del Cristo que era la Vida; mientras, su madre, María, su discípulo Juan y María Magdalena son testigos del Descendimiento del Redentor.
Sobre las valdosas del antiguo Decumanus Máximus, los nazarenos de esta cofradía discurren mostrando a propios y extraños las formas y costumbres más tradicionales de la antigua Emérita de celebrar la Pasión y Muerte de Jesús. Recorre esta procesión el centro de la ciudad con las calles abarrotadas de curiosos y devotos: fe y tradición.
De pronto, todo cambia, lo negro se torna blanco, el sufrimiento de ver a su Hijo muerto e injustamente castigado da paso a un sentimiento distinto en el corazón de una Madre que llora, pero cuyo corazón se llena ahora de Esperanza.
Belleza delicada y sutil la que guarda esta Cofradía como colofón en el paso y en la venerada imagen de Ntra. Sra. de la Esperanza.
NO ESTÁS SÓLO, EULALIA TE ESPERA
Señor Jesús de la Vera Cruz estás solo y abandonado, solo tu Madre María de Nazaret y tu discípulo amado se han atrevido a acompañarte hasta el final.
Clamas a tu padre: “¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?”
Pero no, aquí no, en Mérida no estás solo, Eulalia te espera. Aquella niña que un día entregó su vida sabiendo que tu Padre la acogería en su seno. Entregó su vida por Ti, Jesús de la Vera Cruz; y hoy de nuevo, cuando los últimos rayos de sol van dando paso a la oscuridad de la noche, la Franciscana Hermandad de la Vera Cruz tomará las calles de su barrio para hacer estación de penitencia hasta la Concatedral de la ciudad, pero no sin antes buscar el camino que mostrará ante Jesús a la más firme y fiel de sus seguidoras, a la niña que en Emérita dijo NO al poder terrenal, dijo NO a la falsedad y al miedo y dijo SI a Dios, dijo Si al verdadero Cristo que anunciaba un Reino de Amor y Paz.
Y en esta Estación de Penitencia se unen lazos de Historia viva: los cofrades franciscanos fundadores de la antigua Hermandad con los jóvenes hermanos cofrades que hoy llevan sobre sí las impresionantes tallas de Eduardo Zancada y Luis Álvarez Duarte; porque no hay Salvación sin Pasión, no hay Resurrección sin Muerte; y el Cristo de la Vera Cruz mira al cielo buscando a su Padre, mientras su Madre contempla con sus verdes ojos de Nazaret el trance doloroso que siempre supo que atravesaría su corazón.
Las calles empequeñecen ante el paso de esta cofradía, el paso solemne que llevan los nazarenos que con cubrerrostro negro sobre túnica blanca acompañan las venerables imágenes es seguido por miles de personas desde su barrio.
A su llegada a la Concatedral, la Cofradía Infantil espera bajo el dintel y con el saludo protocolario entre hermanos cofrades, la Franciscana Hermandad de la Vera Cruz, retoma el camino de vuelta, donde su gente espera impaciente volver a tener entre sus calles a sus santas y venerables titulares.
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