Crónica Domingo de Ramos 2015 (Infantiles)
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“Pero Él mira a los niños, ellos son su ejército “dejad que los niños se acerquen a mí” mientras, en la calle Berzocana, las fachadas se encaprichan en no dejarlo salir, en no dejarlo volver a su Parroquia. La sabia maestría de los costaleros hace que pase, con creces, la prueba y llegue a la calle Concepción donde, muchos, aún escuchan los cantos de las Monjas encerradas.” |
El Domingo de Ramos apuntaba, desde primeras horas de la mañana, a que iba a ser radiante. Los alrededores de la Concatedral eran un hervidero de emeritenses que, buscando la tradición, visitaban los pasos que, tanto este día como el siguiente, iban a protagonizar las Estaciones Penitenciales infantiles. Y el mismo Dios en un pollino, sonriente, seguro, sincero y tierno, se disponía a cabalgar sobre una ciudad que lo espera, jubiloso, con su ejército de capas rojas aterciopeladas. Es la jornada más simpática de la Cofradía Infantil, y Dios lo sabe. Dios sabe que son ellos, los niños, los que se dispondrán a tomar la calle cantando aquello de “Hosanna, el hijo de David”. Son los niños los que, sin darse cuenta, le acompañan a los misterios más importantes de su Pasión y Muerte. Son los niños los que, cada Domingo de Ramos, hacen adulta la Semana Santa de Mérida.
Cristina López Schlichting, en su primera “levantá”, pide por todos los niños víctimas de tantas y tantas guerras. Emocionada, la periodista, observa cómo la Burrita comienza a tomar las calles de Mérida. Tarde de abuelas y padres. De botellas de aguas y caramelos. De palmas y ramas de olivo apuntando a un Puente Romano que, desde su magnitud, se extiende como una gran alfombra empedrada para recibir al “gracioso corteo de los infantiles. Sencilla elegancia en la decoración floral, tonos amarillos y ocres para adornar la caoba sobre la que Cristo entra en Mérida. Esta vez lo ha hecho desde el Templo de Diana, enmarcándose bajo el dintel de los romanos que le condenaron y mandaron al patíbulo.
Pero Él mira a los niños, ellos son su ejército “dejad que los niños se acerquen a mí” mientras, en la calle Berzocana, las fachadas se encaprichan en no dejarlo salir, en no dejarlo volver a su Parroquia. La sabia maestría de los costaleros hace que pase, con creces, la prueba y llegue a la calle Concepción donde, muchos, aún escuchan los cantos de las Monjas encerradas.
Es ahí donde los trescientos nazarenos de la Infantil comienzan a darse cuenta de que esto se acaba y que mañana será Penitencia. Última revirá hacia Plaza de España, aplausos y hacia la Parroquia para, entre abrazos costaleros, encontrar la satisfacción del trabajo bien hecho porque mañana, mañana será otro día y la Madre del Rosario estará arropando a los niños que, con júbilo, han escoltado a su Hijo.
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