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Crónica Miércoles Santo 2015

Fecha:
1 de Abril de 2015
Redactor:
Mario Hernández Maquirriaín
Fotografías:
José Luis Fernández Castillo (Jolufecas)
”Cristo ya padece en Mérida el tormento, carga con la cruz de nuestros pecados y, en la madrugada del Jueves Santo, espera ser crucificado. Mientras, sigue pisoteando nuestro suelo, para despertarnos del letargo, Él camina junto a nosotros y, nosotros, ni siquiera nos enteramos.”

LA GRAN ZANCADA DE MÉRIDA

Cuando el Nazareno de Santa Eulalia planta su zancada en la Avenida de Extremadura, la Semana Santa de Mérida comienza a escurrirse, como el agua, entre los dedos. Porque cuando las túnicas de almenas moradas (de ahí el nombre de Castillos) avanzan por la Avenida de Extremadura parece como si la Cristo saliera con la cruz al hombro para regresar el Viernes Santo en manos de su bendita madre de las Angustias. Es tal el seísmo que se produce cuando el Nazareno planta su zancada en Mérida que, hasta el aire se estremece y tímido, sopla la candelería de la Virgen del Mayor Dolor que prefiere, en su amargura, que nadie la vea llorar, que parezca que sonría.

Fotografía: José Luis Fernández Castillo (Jolufecas)

Cuando el Nazareno planta su zancada en la Puerta de la Villa nada es igual. Miles de ojos expectantes ante un encuentro, el último encuentro entre Madre e Hijo antes de avanzar por calle Santa Eulalia, esa niña que según la pregonera busca cada día a las dolorosas emeritenses. planta la zancada en la Plaza de España para, con su fuerza, provocar tres caídas de azul concepcionista y hacerse ayudar por un cirineo que no sabe ni qué, ni para qué le han llamado. El caso es que a este buen hombre, de nombre Simón, lo cogieron en El Torero para que ayudara al Cristo de las Tres Caídas a cruzar el Puente romano… y ahí sigue, año tras año, ayudando a Cristo a volver a levantarse.

Cuando Cristo cae, todos callan, hasta el murmullo de los niños en Plaza de España que les martillean a sus padres la eterna petición de un globo de Bob Esponja. El Cristo de las Tres Caídas sabe de Mérida, de sus concepcionistas franciscanas, de su Arco de Trajano. Y por ello le gusta pasearse, enseñorearse y caer una y mil veces porque Mérida, generosa, le devuelve su abrazo.

Fotografía: José Luis Fernández Castillo (Jolufecas)

Y porque sabe que nos deja a su madre, Misericordia, elegante mecida en la noche azul y oro para el dolor de una madre que camina, anhelante del encuentro que, en la madrugada, volverá a tener con su hijo.

Noche de los contrastes emeritenses. De la profusión floral de las Tres Caídas a la sencillez de los pasos de los Castillos. De la arrolladora caída de Cristo a la lenta espera de la larga hilera de penitentes del nazareno. Noche de puentes, de Santa Eulalia a los Milagros y viceversa. Noche de reinas, del Mayor Dolor a la Misericordia. Noche de recuerdos de abuela dejando a sus pies la estampa manoseada del nazareno. Noche emotiva, sincera y humilde de un hijo a un padre y de un padre a un hijo. Noche de la gran zancada de Cristo. Cristo ya padece en Mérida el tormento, carga con la cruz de nuestros pecados y, en la madrugada del Jueves Santo, espera ser crucificado. Mientras, sigue pisoteando nuestro suelo, para despertarnos del letargo, Él camina junto a nosotros y, nosotros, ni siquiera nos enteramos.

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