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Tarde de encuentros

Crónica del Miércoles Santo 2021

Redacción: Celia Lafuente

Fotografía: Manuel Molina Bolaños, Marco A. Sánchez Nova y Francisco Rosco Rosco

La procesión va por dentro. Atípico, diferente, limitado, pero hay reencuentros inevitables, miradas que están destinadas a cruzarse para -de nuevo- pellizcarte el corazón.

El “Azul Tres Caídas” por las calles de Nueva Ciudad anunciaba, desde bien temprano, que era su día y como siempre, el barrio se engalanaba para la cita.

Cuando pasas la puerta de la Parroquia de los Milagros, como un rayo de luz, te deslumbra la sonrisa de recibimiento de sus hermanos, incluso debajo de la mascarilla. En este 2021, cuidar los detalles y la organización es lo más importante; y el templo de Nueva Ciudad estaba preparado para ello.

Pocas veces hemos podido disfrutar de la mirada del Cristo de las Tres Caídas tan de cerca. Ojos que cautivan, deslumbran, absorben, te envuelven en una aureola donde te hacen llegar los vínculos que hay entre los hermanos de esta cofradía. De punta a punta de la ciudad, las Tres Caídas ha conseguido pasar las fronteras del “Alma del barrio”, ha logrado llegar a nuestros corazones, uniendo ambas orillas de la ciudad.

En el altar, el encuentro y la mirada compasiva de la Madre al Hijo. Ante ellos discurrieron cientos de emeritenses que no quisieron perder una ocasión como esta para disfrutar de ambas joyas. Vestida de reina, la Misericordia, con el color de sus nazarenos en un altar marcado de toques naturalistas. En el fondo, uno de los anhelos de esta cofradía, los varales de la Virgen que sueñan con ver la luz del día en un Miércoles Santo y hacer lo que pocos hacen, cruzar el Puente Romano. La escena vuelve a estar custodiada por la Policía Nacional, como también lo estuvo en 2020 haciendo sonar sus sirenas a las puertas de la Parroquia.

El fervor de este Miércoles Santo se mide por la devoción, el rito y la ceremonia. Antonio Rodríguez Osuna se dirigía como ‘hermano’ a los portadores de la cofradía: “Que nunca olvidemos lo que nos ha traído hasta aquí, la razón por la que estamos aquí”. “Debajo de un paso no hay distinciones, somos todos iguales”, afirmaba. Así se puso de manifiesto ‘El Alma de un barrio’, en una jornada de encuentros y reencuentros, porque además de la comunión entre la Misericordia y las Tres Caídas, en Mérida había otra cita, la de los Castillos.

La Basílica de Santa Eulalia estaba como siempre, a rebosar. Un ir y venir de gente, devotos, fieles y curiosos que en la tarde del Nazareno y el Mayor Dolor se acercaron a venerar a las sagradas imágenes. En el interior sonaba Joaquín Mateo, Eusebio Oliva y Rosario Abelaira con su hijo a la guitarra. Consiguieron llegar al interior de los allí presentes durante la misa del penitente y la tarde volvió a tomar pulso con la mirada del Nazareno situado en un coqueto altar bajo la atenta mirada del Mayor Dolor. Las visitas eran incesantes desde que el templo abrió sus puertas. Algunos llegaban en taxi, otros en autobús de línea o en coche, con poco aparcamiento en el centro de Mérida. Todos se encontraban una misma estampa, ajustada a los cánones más pulcros nada más atravesar el dintel de Santa Eulalia, el sabor de los castillos. A los pies de la Virgen, el “auxilio” de los presentes, en esta inusual estación de penitencia que pide auxilio para salir de la actual situación.

La Basílica de Santa Eulalia estaba inundada de magia cofrade, una magia que va a pintar de colores mi amigo y compañero, Mario Hernández.

Saeta en la Basílica de Santa Eulalia:

Galería de Imágenes: Manuel Molina Bolaños, Marco A. Sánchez Nova y Francisco Rosco Rosco.

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