Crónica Viernes Santo (Tarde), Santo Entierro 2016
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“Es por eso que todos los cofrades, de todas las cofradías, viven esta Estación de Penitencia como propia, y la viven con sus medallas de múltiples formas y sostenidas por cordones de múltiples colores, pero todas ellas con un símbolo en común: la Cruz de Cristo, la Cruz que, a través de la muerte, nos enseña el camino de la resurrección y la vida.“
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TODO ESTÁ CUMPLIDO
Aun huele a incienso en las calles de Mérida, los fieles adoran la Cruz en los templos y la primavera luce espectacular en un cielo azul en el que el sol ya va tomando camino del ocaso.
Un manto multicolor de nazarenos se agolpan en la explana que se extiende frente a la Ermita del Calvario, en lo alto del Cerro que lleva su mismo nombre.
Cuatro siglos contemplan un ritual que año tras año, generación tras generación, Mérida celebra con la sobriedad que marca la presencia del Stmo. Cristo del Calvario ahora yacente en su sepulcro de plata y cristal.
Con sabor a barrio y a pueblo, con el aroma de aquéllos recuerdos que todos tenemos de niños de los momentos vividos junto a aquéllos que ya no están, pero que es ahora cuando los sentimos más presentes con nosotros que nunca, así es el Santo Entierro, es la Hermandad del Calvario en estado puro, es el origen, la esencia de todo.
Es por eso que todos los cofrades, de todas las cofradías, viven esta Estación de Penitencia como propia, y la viven con sus medallas de múltiples formas y sostenidas por cordones de múltiples colores, pero todas ellas con un símbolo en común: la Cruz de Cristo, la Cruz que, a través de la muerte, nos enseña el camino de la resurrección y la vida.
Las calles se inundan de fieles que desean contemplar cómo, en el más riguroso silencio, el paso del Stmo. Cristo del Calvario Yacente, avanza buscando el centro de la ciudad y, tras de él, la Santísima Virgen de los Dolores, Señora de la ciudad de Mérida que cada Viernes Santo hace suyos los corazones de los emeritenses que, en su dolor, reconocen las cruces que la vida carga en los hombros de cada uno.
Y es en los puñales que se clavan en el corazón de María, en los que se redimen los pecados de un mundo que se empeña en negar la misericordia a los que no tienen nada, y Jesús, aun en el suplicio más doloroso, en su último aliento, solo tiene palabras de amor y redención “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”.
Y así, la Madre de los Dolores con los ojos inundados de lágrimas, sigue de cerca a su Hijo, no quiere alejarse, y con sigilo y dulzura, se convierte en la madre de todos los fieles.
Llega el cortejo a las puertas de la Concatedral de Santa María, el templo en el que la Hermandad reconoce la huella de sus propios orígenes y al igual que llega, así se pierde entre las calles la hilera de cirios, de túnicas moradas y capas blancas que marcan el compás del tiempo y anuncian que Jesús ha muerto, pero que la historia ahí no acaba.
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