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Un Martes Santo de libro

Crónica del martes santo. hermandad del calvario 2020. #SSMerida2020Virtual

Recordando el Martes Santo de la Hermandad del Calvario

7 de abril de 2020

Redacción: mario hernández

Imágenes: maría bermejo, antonio moreno barriga, marco a. sánchez nova, José manuel romero cerrato (Mané), Manuel Molina Bolaños, Y Francisco Rosco Rosco.

UN MARTES SANTO DE LIBRO.

Amanecía en Mérida el Martes Santo lluvioso, con el cielo totalmente encapotado y descargando agua durante toda la mañana. Todo hacía presagiar, como tantos Martes Santo, que la jornada, metida en agua, nos iba a dar más de un disgusto, pero a partir del medio día los cielos comenzaron a abrirse para dar paso, entre las ya tímidas nubes, a un sol que iba a dejar una noche perfecta. Vamos, lo que se viene llamando en Mérida un Martes Santo “de libro”.

Pero esta vez el cielo no era el problema. El problema era el silencio -retumbaban en mi mente las palabras de mi compañera Celia Lafuente en su crónica de Lunes Santo- ese silencio ensordecedor que envuelve a la ciudad, extrañamente vacía, cuando todo debería ser bullicio, calles llenas, terrazas a rebosar… Lo que viene siendo Mérida habitualmente, y más en estos días.

Como cada Martes Santo, el rito tradicional de subir la calle Calvario es un placer para los sentidos y, en este atípico año, lo seguía siendo al ver los balcones engalanados para la ocasión esperando la salida de la Estación de Penitencia.

Llegar este Martes Santo a la Ermita del Calvario provocaba sentimientos encontrados. En medio de ese silencio, se echaba de menos el bullicio de los pequeños nazarenos de la hermandad, las cuadrillas de costaleros haciéndose la ropa, la apertura y cierre de la pequeña puerta de la ermita y, sobre todo, la sensación de que, a pesar de ser Martes Santo, era un martes normal, ni más ni menos.

Recordando el Martes Santo de la Hermandad del Calvario

Aún así, es Martes Santo, cielos despejados y, en la imaginación, desde la plaza vacía, desde el silencio, imaginamos cómo se enmarca la Cruz de Guía en la puerta del colegio que sirve de Casa Hermandad al Calvario cada Martes Santo, para dar paso a la Estación de Penitencia que, para todos, comenzó hace poco más de un mes cuando, como el Señor de la Oración, pedíamos al Padre que pasara de nosotros este Cáliz y que al final asumimos con la resignación cristiana aprendida de la tradición y de las buenas enseñanzas de nuestros padres.

Una larga Estación de Penitencia en la que, cada día, a eso de las 12 de la mañana, sentimos los flagelos de las cifras y datos de contagiados y fallecidos que se clavan en nuestras entrañas pensando, sobre todo, en quienes parten a la Casa del Padre en soledad, sin el calor de marido, mujer, madre, padre o hijo que sirva de consuelo. Nos flagelamos a diario entre la incertidumbre y la esperanza sin saber cuándo acabará el tormento, si son diez, cien o mil los latigazos.

Recordando el Martes Santo de la Hermandad del Calvario

Y llevamos con resignación la carga, en silencio, como ese Nazareno que, desde la Ermita del Calvario, avanza pausado, sereno, tranquilo, humilde. Con la cabeza mirando al suelo, con resignación, cargando con todo el peso de lo que estamos viviendo, diciéndonos, desde el Silencio, que aguantemos la carga con entereza pues, al final del camino, llegaremos a la Gloria.

Es curioso el silencio que deja tras de sí el Nazareno del Calvario. Ese lirio humilde, que por momentos parece quebradizo y que, sin embargo, se alza inhiesto en todo su poder.  Ese silencio que nos llama a la reflexión, a la cordura entre tanta locura, a la calma tras la tempestad. Ese silencio que nos grita que, si Él cargo con todo lo nuestro, nosotros debemos seguirle e imitarle y, sobre todo, tener Fe.

Y en medio de ese silencio… oscuridad, no llegó a hacerse la luz en la plaza de la Ermita del Calvario. Ella, la que cada Martes Santo llena de luz cada rincón al que se acerca, la que se crece en el Callejón que lleva su nombre, la que al llegar a la Plaza de España dice “Aquí está la Amargura”, la que en el Arco de Trajano se erige como Reina y como Madre y que sube al Calvario levantando pasiones… estaba donde tenía que estar.

Recordando el Martes Santo de la Hermandad del Calvario

Ella estos días es más Madre que nunca. Ella es la que, aunque se llame Amargura, es auxilio y consuelo, Divina Enfermera que, en este Martes Santo, como lleva haciendo desde que comenzara esta pesadilla, está donde tiene que estar, como buena Madre, sin moverse ni un ápice del lado de sus hijos que luchan contra la pandemia y es la mano cálida que, en el postrero momento, les acompaña a la Casa del Padre.

Con la Amargura en los labios, finaliza la crónica de un Martes Santo de libro. Un libro que, a pesar de todo, no dejó ninguna de sus páginas en blanco pues, de una manera u otra, lo hemos vivido.

Imágenes en la Memoria:

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