
Los ojos más hermosos de La Antigua
Crónica del Jueves Santo 2025. Vera Cruz
Redacción: José Miguel Galán Sánchez-Cortés.
Fotografías y Vídeos: Paco Rosco Rosco
La Virgen de Nazaret viene esplendorosa en su sencillez, despojada de palio y varales, luce protagonista e ilumina a su paso a miles de visitantes y locales.
Había ganas, muchas ganas de volver a ver en las calles de su barrio a la cofradía que lleva el nombre del árbol del suplicio donde el Cristo fue ajusticiado por culpas ajenas.
Este año la imagen del Cristo de la Vera Cruz mira con más razón que nunca al cielo, un cielo que este año otorga su permiso para que esta Hermandad, con orígenes que se pierden en lo más antiguo del tiempo, bañe de incienso uno de los barrios más populosos de Mérida. Barrio humilde y trabajador, que cada año pone en la calle lo que es un lujo para toda la ciudad: su Hermandad.
Este año, y son ya cuarenta, los ojos más verdes de María se pasean por las calles como hiciera en sus inicios: todos los adornos sobran ante la belleza de la Madre más dulce que vió nunca su ciudad.
Dejando atrás las calles de su parroquia, la procesión se encamina hacia la última morada de la niña Eulalia que recibe a una comitiva penitencial que, acompañada por melodías y aromas de barrio cofrade, llega al centro con paso firme.
La Virgen de Nazaret viene esplendorosa en su sencillez, despojada de palio y varales, luce protagonista e ilumina a su paso a miles de visitantes y locales que se agolpan para contemplar el bello rostro de la Madre en su dolor, pero también en su esperanza.

Ahora toca encaminarse hacia su destino, hacia la Sede Metropolitana donde realizará Estación de Penitencia ante su dintel en un reencuentro de dos tradiciones históricas de la bimilenaria ciudad: por una parte una, heredera de la Antigua Catedral, sede de los Santos Padres Emeritenses que marcaron el devenir religioso y político del Reino Visigodo; por otra parte la Hermandad que ha sabido recoger el poso de la herencia de la Hermandad de Disciplinantes que procesionaba por las mismas calles que hoy lo hace allá en el siglo XVI. Cada año, sin ser conscientes de ello, todos los presentes vuelven a hacer Historia manteniendo una tradición que más allá de arqueologismos vacíos, supone la esencia de nuestro propio ser como sociedad y como colectivo religioso, como Iglesia.
El caminar del Cristo de la Vera Cruz por las calles del centro de Mérida, por esos espacios monumentales que datan de los primeros siglos de nuestra era, resulta espectacular y estremecedor a la vez. Su rostro, lleno de dolor pero también de amor, recibe las miradas de todos, sobre unas andas que, al igual que la imagen, resultan sobrias pero espectaculares también dentro de la sencillez que preside cada uno de los aspectos de esta franciscana hermandad.
La subida en el entorno del antiguo Foro de la Colonia Augusta Emérita resulta angosta entre el público que llena las calles y una vez alcanzada la cima, todo el cortejo procesional toma camino de vuelta a su barrio de La Antigua. Allí le esperan los suyos, sus madres, hermanos e hijos, nadie duerme entrada la madrugada cuando la candelería de la Virgen ilumina la avenida a su llegada al templo en medio de oraciones y plegarias, de acciones de gracia por haber podido, un año más, vivir un “ratino” de la vida de esta Hermandad que, no obstante, mañana comienza el trabajo diario de labor cristiana que culminará de nuevo en un año mirando al cielo, como cada Jueves Santo.
